Mirar más allá del presente es incorporar temas que están en un futuro pero que no siempre abordamos. Adolph Meyer, psiquiatra en los años 1900 aconsejó a toda una generación de estudiantes de psiquiatría “no hurguéis donde no duele “y es un buen consejo para tenerlo en cuenta y preguntarnos ¿qué cosas nos duelen? Incluso ¿dónde “nos” dolemos a nosotros mismos?
Cuando pensamos sobre el futuro damos por descontado que ese futuro se convertirá en presente, y que desde ese presente, a su vez, pensaremos otra vez en un futuro y que desde ese nuevo presente… Pero… ¿hemos pensado que hay un futuro que se convertirá en el último presente, que después de ese presente ya no habrá más futuro? Mirar más allá del presente es reflexionar sobre la muerte y reflexionar sobre la muerte es reflexionar sobre la vida, el presente. Así es, entonces, que reflexionar sobre la muerte completa nuestra reflexión sobre la vida.
La “agenda” de la sociedad actual no tiene entre sus preferencias al proceso de morir. Ha desaparecido, prácticamente, toda reflexión y presencia de la muerte. Se ha transformado más en un asunto médico que en una cuestión humana. Es un poco aventurado, pero intuyo que subyace la idea que pasado el coronavirus pasará la muerte, que la vacuna contra el coronavirus será una vacuna contra la muerte.
El proceso del final de la vida tanto nos sacude como nos hace madurar abriéndonos a dimensiones más profundas del ser. Busquemos en los pliegues de nuestra historia personal, nuestros miedos y esperanzas, para preguntarnos con cruda honestidad: ¿qué sentimos, qué pensamos, qué tememos o qué anhelamos para cuando llegue el momento en que habremos de despedirnos de todo y de todos? No nos demos prisas para respondernos, permanezcamos en el interrogante hasta que las respuestas sean alumbradas por la luz de la sabiduría y la calidez de la compasión. Obtengamos esas respuestas que merecemos darnos y que dan un sentido a esta existencia.
Al borde del abismo
A lo largo de nuestra vida, en algún momento y por diversas situaciones, sentiremos que la vida nos “empuja al borde del abismo. Entonces, nos atenaza el vértigo de la incertidumbre, del temor, o nuestras carencias, ciertas o sentidas. Pero también puede hacerse presente el valor de una presencia despierta con una perspectiva que nos permita, estar con lo que sucede y, sobre todo, con la manera que sentimos eso que sucede y apoyarnos en el corazón, en su capacidad de sostenernos y sostener a nuestro entorno afectivo.
Y esto es tan válido para unos como para otros, para pacientes como para familiares, todos estamos afectados por lo que sucede, en todo caso hay singularidades en la experiencia y en ese sentir, pero “eso” que sucede nos está sucediendo a todos. En un sentido mayor a veces las etiquetas como paciente/familiar/cuidador/voluntario, nos limitan, nos condicionan, y es un gran avance en el proceso de acompañarnos tener presente que son, en un punto, etiquetas descriptivas que observadas desde la perspectiva de la presencia amorosa comprobamos que no somos “ésas” etiquetas, nadie es solo lo que una etiqueta designa, nuestra riqueza vital es mayor que cualquiera de ellas.