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01/03/2023
Rumbo a los agujeros negros

La vejez, para muchos, casi más bien para todos, es una suerte de agujero negro donde se van perdiendo todas nuestras esperanzas cuando ya somos conscientes que hay más pasado que futuro. Y van haciéndose oír cada vez más fuerte los hasta


La vejez, para muchos, casi más bien para todos, es una suerte de agujero negro donde se van perdiendo todas nuestras esperanzas cuando ya somos conscientes que hay más pasado que futuro. Y van haciéndose oír cada vez más fuerte los hasta cuándo: ¿hasta cuándo me podré valer por mí mismo? ¿hasta cuándo tendré buena salud? ¿hasta cuándo viviré? o ¿hasta cuándo  vivirá mi compañero o compañera?, por ejemplo.
 
Tenemos por delante algunas opciones, no darnos cuenta de que ya somos mayores, y de que vamos hacia la vejez, saberlo pero hacer de cuenta que no pasa nada (y teñir nuestros pelos, momificarnos con bótox y vestir como viejos molones) o ir hacia ese agujero negro que parece nos va a engullir, pero aun así ir sabiendo que el amor y la compasión siempre corren hacia el dolor y esta vez no tiene por qué ser distintito.  Solo el amor nos sostiene ante el dolor, evitando que huyamos espantados. Solo el amor nos da fuerzas para estar, consciente y voluntariamente, cerca de quien sufre. El amor es la única medicina que sana el dolor de raíz.
 
Este ir hacia el dolor es lo que Adolph Meyer, psiquiatra suizo, allá por los 1940 aconsejaba a sus alumnos “No hurguéis donde no duele” y envejecer es un hecho que duele siempre y que nuestras actitudes hacia ello influyen sobre nuestra manera de vivir y estar mientras envejecemos hasta morir. Deshacer nuestros patrones habituales de pensar requiere poner del revés a algunas de nuestras suposiciones más básicas y esto es un gran esfuerzo, pero vale la pena intentarlo, ¿no lo crees así? 
 
Vayamos, entonces, hacia ese agujero negro acompañándonos con amor. El amor, la compasión, la presencia, el sentido del humor pueden ir hacia el dolor dándonos fuerzas para estar, consciente y voluntariamente evitamos huir espantados.  

Alejarnos de las orillas conocidas
Por una parte envejecer es un proceso de alejamiento. Nos vamos separando de lo  que creíamos predecible y habitual. Por otra parte es otro rito de paso en nuestras vidas durante el cual entramos, una vez más, en lo desconocido venciendo a nuestra tendencia natural de buscar seguridad. Estamos tan convencidos que lo fijo, lo constante, es sinónimo de seguridad que la temporalidad de todas las cosas nos suena a una amenaza, cuando en realidad solo es una verdad esencial entretejida en la trama misma de la existencia. Aceptar la impermanencia es madurar comprendiendo que, en gran parte, no controlamos nuestra vida y que la vida no va a ser siempre como la queremos.
 
Cuando estamos en el proceso de envejecer las cuerdas que nos mantienen aferrados a la costa de la vida comienzan a soltarse. Entramos en aguas desconocidas, muy lejos de nuestro terreno familiar. André Gide nos recuerda que no podemos descubrir nuevos territorios sin perder de vista la costa durante un tiempo. Y parafraseando a Joan Halifax, en esta naturaleza del envejecer podemos soltar nuestras amarras y abrirnos a la inmensidad de quienes somos en realidad
 
¿En qué nos ayuda pensar en el envejecer? 
Sabernos impermanentes, y por lo tanto envejecer, nos ayuda a dejar de aferrarnos a nosotros mismos y a los roles convencionales de la identidad social, comenzamos a comprender que somos mucho más que esos roles. Nuestra identidad es como una habitación a veces confortable y otras veces asfixiante. Cuando dejamos de aferrarnos a nuestras preciadas creencias e ideas, moderamos y gestionamos nuestra resistencia a los golpes de la vida, dejamos de tratar de controlar la incertidumbre. Este control ha sido en gran parte de nuestra vida la meta mayor anhelando tener un suelo fiable y cómodo bajo los pies. Hemos intentado mil formas de ocultarnos y mil formas de atar los cabos sueltos pero el suelo bajo nuestros pies sigue moviéndose. La impermanencia puede mostrar como abrirte en cada situación de modo que la bondad básica de los otros y tu propia bondad intrínseca empiecen a comunicarse entre sí.
 
¿Cómo queremos vivir?
¿Envejecer es tan solo pérdidas? ¿Hay algo nuevo que pueda llegar a nuestra vida? ¿Qué puede aportar el envejecer? ¿Ya no hay nada más o si hay algo son meros trucos engañosos? El envejecer y el hecho de morir son temas que nos resistimos a explorar excepto de forma superficial pero la temporalidad de la existencia nos da perspectiva. Podemos valernos de la conciencia de envejecer para apreciar el hecho de que estamos vivos, alentar la autoexploración, aclarar nuestros valores, buscar significado y generar una acción positiva. Que nuestra vida no sea solo un recorrido para producir y consumir.
 
Cuando estamos en contacto con la precaria naturaleza de la vida, terminamos por apreciar sus potenciales. Queremos adentrarnos en nuestra vida plenamente y vivir de manera responsable. La vejez, la muerte, son motivos de inspiración, porque podemos explorar el potencial innato del amor, de la confianza, del perdón y de la paz que viven dentro en cada uno de nosotros. Analicemos el concepto de nosotros mismos y nuestro modo usual de experimentar la vida que es más adquirido que propio, los condicionamientos que tuvieron lugar mientras crecíamos y nos desarrollábamos pueden esconder nuestra bondad innata. 
 
Los atributos y cualidades esenciales que están latentes en cada uno de nosotros nos ayudan a madurar y son a la vez agentes y resultados; consuman nuestra humanidad y aportan riqueza, belleza y capacidad a nuestra vida. Tales cualidades puras incluyen el amor, la compasión, la fortaleza, la paz, la claridad, la satisfacción, la humildad y la ecuanimidad, por citar unas cuantas pero no todas. Aunque también tienen lugar las expresiones limitantes de la ira, la frustración, la insatisfacción, los celos, la envidia, etc. pero ahora la impermanencia es nuestra aliada y nos permite el entrenamiento de la mente y el despertar del corazón para dejar atrás estas barrera y este entrenamiento requiere, al menos de tanto en tanto, estar en soledad.
 
Estar en soledad 
Estar en soledad no es, tan solo, estar sin compañía ni tampoco debe hacernos sentirnos aislados. Estar en soledad es el relato transparente con las mismas cosas de siempre pero con una nuevas voces que surgen desde dentro en vez de las ya conocidas que llegan desde fuera. 
 
A medida que envejecemos necesitamos sanar de todas las mordeduras del desamor, la frustración, las pérdidas, del daño que nos han hecho y, también, del que nosotros hemos infringido. La soledad cura y nos da el alta de las infecciones de aquellas mordeduras como el médico lo hace con su paciente cuando éste ha sanado. El profesional de la salud ha puesto los medios y recursos para que el enfermo sane desde dentro, así puede ser los espacios de soledad de terapéuticos. 
 
La soledad es un ayuno de tiempos sociales, de actividad y de palabras, es intimar con el yo profundo, o como quiera que le llamemos a ese misterio. Nos rescatamos del pasado y del futuro para estar en un presente donde no hay ni juventud ni vejez, ni vida ni muerte y encontramos la plenitud que somos. Comprobamos que hay una alternativa para liberarnos del hechizo del parloteo continuo que mantenemos con nosotros mismos, que existe una alternativa a esa identificación con el yo pequeño que continuamente salta levantando polvo y haciendo ruido en nuestra mente.
 
Envejecer y crecer es posible
Dice  Charlotte Joko Becket “Cuanto más claramente veamos que no hay nada que hacer, con mayor nitidez sabremos qué es necesario hacer” Imagina lo que sería simplemente estar a solas con el misterio de la impermanencia y vivir con un corazón valiente, para no darse la vuelta y permanecer abierto a lo que es difícil de enfrentar.
 

“Observamos periódicamente donde hemos madurado y lo tomamos con agradecimiento. Observamos donde nos resistimos a madurar, donde nos frenamos todavía y con seriedad implicamos más de nuestro ser en el esfuerzo de madurar. La sabiduría cristiana dice “por sus frutos los conoceréis”. Podemos observar cómo lo estamos haciendo.
Cualquier pizca de bondad, sabiduría, amor y compasión que cultivemos, por pequeña que sea, es un inconmensurable regalo para nosotros mismos y para un universo infinito. Cada mínima porción. Y con cada pedacito de bondad, sabiduría, amor y compasión, el universo sonríe satisfacción, igual que un padre lo haría cuando el niño amado aprende a andar” De “Los dones de la vejez. Kathleen Dowling Singh”, editorial Elephteria

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